
‘‘…pues donde hay celo y rivalidad, allí hay perturbación y toda obra perversa…’’ (Santiago 3:16).
Los celos, o el vicio de la “posesión”, como Jacques Cardonne los denominaba, han sido, desde siempre origen y argumento recurrente de toneladas de peleas, divisiones, guerras y problemas eclesiásticos. De alguna manera podríamos definirlos como un estado emotivo ansioso que padece una persona y que se caracteriza por nacer en el miedo ante la posibilidad de perder lo que la persona cree que debe ser suyo.
Según la Biblia son una de las enfermedades espirituales más antiguas de la historia. A causa de los celos, Caín llegó a matar a su propio hermano. ¿La razón? A simple vista Dios miraba con agrado la ofrenda de Abel, en detrimento de la de Caín; aunque una mirada más aguda nota que la razón era que la avaricia de Caín le hacía darle las sobras a Dios.En el trabajo eclesiástico actual no se han escuchado casos de asesinato por cuestiones de celos –o al menos no nos hemos enterado- pero la avaricia y los celos siguen en

Comenzando por el servicio
El modelo de liderazgo de Jesús se basa en el servicio, por lo que servir es un privilegio y la base del ministerio. Quienes humildemente sirven al Señor, son reconocidos por Dios en algún momento, y esto genera celos en algunos. Le pasó a Jesús, y lógicamente le pasará a cualquiera que lo imite.Los celos son catalogados bíblicamente como ‘‘obras de la carne’’, es decir, que van en contra del espíritu. Ahora bien, ¿Debe un ministro de Dios –pastor, diácono, líder juvenil, portero de la iglesia- dejar aflorar en su vida una obra de la carne? Está claro que no, pero está visto que sí. Personas han dejado el camino de Dios, ministerios se han disuelto, iglesias se han visto desvastadas a causa de los celos entre compañeros de ministerio. El diablo se ha encargado a lo largo de la historia de sembrar cizaña y pensamientos impuros entre hijos de Dios, en especial aquellos que están desarrollando un trabajo en la obra. Pero, ¿hasta dónde nosotros le damos lugar al enemigo para que anide en nuestros corazones y así ver cumplido su cometido? ¿Qué grado de influencia tenemos a la hora de deslindar responsabilidades?‘‘Básicamente creo que el problema está en que el Espíritu no controla ciertas áreas del alma, y de esa forma el cristiano queda expuesto a estos sentimientos’’, dice el pastor José Luis Abeleira, quien además lidera a un grupo interdenominacional que realiza, cada año, el evento Primavera sin Violencia, en Buenos Aires. ‘‘Las personas que sienten celos son inseguras de sí mismos y fijan su atención en lo que otros hacen. Por otra parte, los celos son difícilmente tratables puesto que es un pecado de rara confesión. No conozco casos donde un cristiano confronte a otro por este tema y que esa conversación finalice en buenos términos’’, agrega. Los celos es un sentimiento sutil, pero extremadamente dañino, puesto que afecta las relaciones de las personas, en este caso, a las que deberían servir con el mismo propósito. Por eso quizás una de las claves para contrarestarlos es tener clara la esencia del liderazgo cristiano: el servicio. Quien busca servir, no debería molestarse por el titulo cartel o aplauso que consigue otro. Si perseguimos genuinamente servir a otros, el éxito ajeno pasa a ser el éxito propio.
Haciendo sombra al pastor
Si tuviéramos que elaborar un ranking de razones por las cuales ponerse celosos entre compañeros de ministerios, el de los líderes o pastores hacia aquella persona que viene creciendo y amenazando con hacerles sombra seguramente encabezaría la nómina. ‘‘Tal vez mucho tenga que ver con el sistema de gobierno de la iglesia evangélica actual, que de forma verticalista recibe la bajada de línea de una sola persona –el pastor-, que es quien decide la persona que canta, la que levanta la ofrenda, la que toca la guitarra y, por supuesto, la que predica, que generalmente es él mismo o algún invitado poco influyente en su congregación. Entonces, cuando se viene levantando un líder, en lugar de tomarlo con el regocijo de quien formó líderes, se lo siente como una amenaza. Así es que, de repente, el líder de jóvenes, como fue puesto por decreto en sus funciones, es quitado misteriosamente cuando su grado de popularidad hace que se hable más de él que del pastor principal en la congregación.Perdemos de vista el modelo de liderazgo que nos enseñó Jesús; compramos, tal vez inconscientemente, modelos funcionales pero no bíblicos, que no dan frutos espirituales, y se termina de esta manera’’, concluye Abeleira.Jesús, luego de hacer uno de sus tantos milagros, dijo a sus discípulos que luego que Él se fuera, los que le seguían iban a hacer ‘‘mayores cosas’’ que Él. ¿Se habrá puesto celoso Jesús de que el Padre haya usado a Pedro para sanar con su sombra, siendo que Él no lo había hecho antes?
Prosigo a la meta… pero quiero llegar primero¡
Qué fáciles que somos a la hora de parafrasear! Y lo mismo sucede cuando nos encontramos en plena labor ministerial. Frases bíblicas usadas fuera de contexto suelen ser la excusa perfecta para justificar nuestros celos disfrazándolos de ‘‘búsqueda de la excelencia’’ o ‘‘perfeccionamiento para la obra’’.Estos artilugios, producto de los celos, suelen utilizarse, generalmente, a la hora de organizar algo. El ejemplo más práctico es aquel evento que trasciende las paredes de la iglesia local, es decir, lo que se ve desde afuera. ‘‘No hagan nada ni por contienda ni por vanagloria…’’, decía el apóstol Pablo, sin embargo, vemos que esto es moneda corriente. En los sub
urbios de algunos países latinos, especialmente del cono sur de América, existe un dicho para demostrar la superioridad ante un rival de turno, y se suele decir: ‘‘a ver quién la tira más lejos’’. En la jerga evangélica se podría traducir en ‘‘si la iglesia vecina hizo un concierto en el club del barrio, nosotros lo hacemos en el estadio abierto; ellos trajeron un solista, nosotros vamos con una banda’’, y así podríamos ejemplificar un sinnúmero de situaciones cotidianas en nuestras congregaciones. Ni hablar a la hora de hacer la prensa de lo que hicimos, donde la inflación de números no hace más que descalificar nuestra propia credibilidad. ‘‘Hay demasiados celos en el ministerio’’, dice Abeleira. ‘‘Demasiado mirar al otro, cuántos miembros tiene, con qué recursos cuenta, etc., y esto provoca contienda. Como resultado, la crítica y la envidia son inevitables’’.

La batalla de los dones
Quizás otro componente filoso del tema, es cómo se entremezclan los dones espirituales con que Dios nos dota para hacer su obra, con las obras de la carne, que provocan, entre otras cosas, los celos. Y la pregunta es recurrente: una persona que ejerce los dones espirituales para bendecir a muchos, ¿puede tener celos de otro cuyos dones no tiene? Bernardo Affranchino, pastor de la Iglesia Bautista de Adrogué, en Buenos Aires, parafrasea al reverendo Omar Cabrera cuando decía ‘‘el cristiano puede tener lo que quiera’’. ‘‘Yo le agregaría ‘incluido los celos’” –dice. Es el apóstol Pablo quien lidiaba en medio de la obra de extensión del Reino con gente que portaba en su alma sentimientos de contienda o vanagloria.
¿Será la presencia de los celos el problema? Affranchino reflexiona que ‘‘quizá sea simplemente el síntoma de nuestra falta de autoanálisis. La tendencia a explicar los logros del otro relativizándolos o minimizándolos en ocasiones es indicio de mis propias frustraciones. No me sucede lo que a otros, entonces es más fácil bastardearlo que preguntarme ‘¿por qué a mí no me pasa?’ Esto puede vivir en el interior de cualquier alma, aún de la de aquél a quien Dios usa. Una pena, porque en vez de disfrutar de su rol en el Reino a pleno, sufre por lo que no le ha sido dado aún’’.
¿Será la presencia de los celos el problema? Affranchino reflexiona que ‘‘quizá sea simplemente el síntoma de nuestra falta de autoanálisis. La tendencia a explicar los logros del otro relativizándolos o minimizándolos en ocasiones es indicio de mis propias frustraciones. No me sucede lo que a otros, entonces es más fácil bastardearlo que preguntarme ‘¿por qué a mí no me pasa?’ Esto puede vivir en el interior de cualquier alma, aún de la de aquél a quien Dios usa. Una pena, porque en vez de disfrutar de su rol en el Reino a pleno, sufre por lo que no le ha sido dado aún’’.
Buscando una solución
El tema de los celos es uno de los mayores problemas en el liderazgo, y requiere suma atención. Podemos esbozar algunas propuestas para erradicarlo de nuestros ministerios, pero siendo realistas, no podríamos hacerlo sin comenzar en nuestros corazones. El aporte que han hecho los pastores y líderes consultados para la elaboración del tema de este número de Líder Juvenil® ha sido fructífero en recetas para eliminar los celos ministeriales. Podemos mencionar: amarse a uno mismo, enfocarse en su llamado, no procurar ser quien no somos; pedirle a Dios que escudriñe nuestros corazones y verificar que si nosotros somos víctimas también de este sentimiento destructivo, podamos, como dice la Biblia, ‘‘…sobrellevar al débil en la fe…’’ y tratarlo con amor. Sin dudas, la solución más creativa es adoptar uno de los tantos ejemplos de Jesús: tener siempre a mano una toalla y un poco de agua. Si nuestro objetivo es servir a Cristo, nos alegraremos con el éxito de cualquiera que quiera lograr lo mismo.